La causa por la que muchos profesionales de la salud burocratizan su trato con los pacientes, convirtiendolo en una suerte de programa en donde las respuestas se adecúan o deben adecuarse siempre a lo esperado por modelo teórico-clínico que aplican, ideologizando, aunque no lo sepan, su práctica, hay que buscarla - como siempre se encontrará ayer, hoy y en todos los tiempos - en el temor a mirar de frente la verdadera materia de su trabajo: el vínculo vital del sujeto con el hecho inexorable de su muerte y la de los otros. Esto, además de angustia, es inminencia de dolor, pero no porque sepamos que nos vamos a morir, eso lo sabe todo el mundo, sino porque esa es la causa real que nos empuja a vivir. De este real, no se quiere saber nada. De allí que caben los riesgos y sobre todo la novedad implícita en la que Burgo pone tanto énfasis: la emoción y el protagonismo del cuerpo, más que una acción segura y desubjetivada, cuyo propósito es pasar el momento de la manera más rápida, cómoda y objetivada posible, condiciones de lo que en nuestra época se denomina "confort" ("Para el profesional es todo un desafío abstenerse de actuar sobre el cuerpo de la mujer que se entrega pasivamente, sin toda la parafernalia de la tecnología que actúa como un referente ineludible de la autoridad médica"). Paradojicamente ese exceso de confort es la causa de un buen número de arbitrariedades llevadas a cabo en nombre del bienestar: en este caso la madre reciente o a punto de serlo y su bebé. Curiosamente, el hecho citado en los testimonios que recoge Carlos Burgo de muchas mujeres, de que a pesar de todo, prefieren ser sometidas con tal de evitar todo contacto con el nivel de una verdadera experiencia que incluye el dolor y la angustia, nos hace reflexionar nuevamente, como ya lo hicieron Freud y Lacan, sobre las relaciones del sujeto con la verdad y el vaciamiento de sentido (común) implícito en el rechazo de esos sentimientos, al tener que ver más con la vida (ese rechazo) que con la muerte. Efectivamente, muchas veces preferimos que las cosas sucedan sin que nos afecten, como si estuvieramos viéndonos actuar por la televisión. Si se puede decir que, desde la perspectiva médica, la evitación del dolor equivale a la procuración de un bien, y si una mujer, en función de ese supuesto bien, entrega su cuerpo sin cuestionamiento alguno, es que allí tenemos que sospechar una coartada, no del individuo que allí prefiere garantizarse, a veces del modo que sea, la seguridad - vaya palabra de este tiempo - de su puesta en continuidad con la organización de las necesidades, es decir, que no lo dejen afuera aunque sea del pedacito cada vez más breve que va quedando en el reparto de los bienes, sino que la coartada es de quien se ve enfrentado a esa organización por ser efecto del significante. Es la diferencia entre no hablar para conservar un bien y el sujeto como efecto a situar en la palabra. La coartada, entonces, es respecto del deseo, pues allí el sujeto equivale a cierto nivel de riesgo y no a seguridad. Este libro, "Parir con pasión", del doctor Carlos Burgo, incomoda, y si uno se deja "leer" por sus líneas sencilla y claramente escritas (esa sencillez que se obtiene cuando la complejidad no es sinónimo de "difícil") obtendrá la gratificación de una lectura acerca de la realización de un trabajo que no se disocia de sus postulados, porque éstos derivan directamente de la experiencia, una experiencia que se ha ido construyendo en la honestidad de reconocer en ésta sus enseñanzas, sin reproducir modelos automáticamente, sin forzar la realidad para adaptarla a sistemas de maltrato, violencia, y hasta desprecio por la palabra del otro (que como dice el psicoanalista argentino José Slimobich, "es la cima del odio") tal como suele pasar hoy con la degradación y destrucción de los lazos sociales, cuyo efecto inmediato es el aislamiento, la soledad, la depresión. ¿Cuál es la inminencia que porta la palabra, ya que a ésta por lo general se la trata como a una pérdida de tiempo, como algo carente de valor? Y muchas veces, si es que se la toma en cuenta, se lo hace como una estrategia de engaño, solo para tomarla como un bien más, porque "hablar hace bien", es saludable, pero sólo como catársis, liberándosela mientras se asegure de que no tenga consecuencias reales, entonces sí, hable ud. todo lo que quiera ¿Por qué ese desprecio? Porque la palabra porta la posibilidad de un límite, si es que en ella se sabe leer, ¿qué? El paso del individuo al sujeto, de aquél que habla como "yo" a aquél que es hablado con las voces de lo colectivo, entendido esto tal como Freud lo escribió en el libro sobre Moises, postulando al contenido del inconciente como "patrimonio universal de los seres humanos" . Allí Freud explicita que lo reprimido "se trata de algo pasado, desaparecido, vencido en la vida de los pueblos, que nosotros osamos equiparar a lo reprimido en la vida anímica del individuo". Si alguien puede verse en peligro a partir de esto es el yo, que pierde sus privilegios. Cada vez que alguien habla, no habla solamente la autonomía con el que el yo se exclaviza con la propiedad de las palabras que enuncia, sino que además, y fundamentalmente, es hablado con las voces de la cultura, las voces de los muertos, las voces de lo que vendrá. Así, la palabra porta la transindividualidad del sujeto en detrimento de la autonomía yoica consagrada por el discurso capitalista, hecho esto de diversas formas, la más eminente de ellas: la indiferencia y el "cada cual en la suya", y el "yo me salvo", por decirlo de otro modo: el autismo social. Por el contrario, la experiencia del parto y del nacimiento que aquí se comunica, y que acompaña y conduce el Dr. Burgo, es una experiencia profundamente subversiva -palabra que es tiempo que recuperemos definitivamente de la expropiación de sentido a la que fue sometida en los años de la última dictadura - porque en ella se constituye uno de los tantos espacios posibles y tan necesarios de reconstrucción del vínculo social, y porque, además y fundamentalmente, muestra que es posible localizar y evitar toda forma de violencia cuando se está advertido de no reproducirla en los modos de relación al otro o en la desubjetivación que conllevan las aplicaciones tecnológicas cuando éstas sólo son utilizadas como instrumento de maximización y reproducción del capital, convirtiendo al ser humano en mero desecho de ese modo de funcionamiento. Hay algo en Burgo algo que merece, por sobre su juesteza para el desempeño profesional, nuestra admiración: su valentía. Eso lo convierte en cierto sentido también en un chamán, en un médico brujo (son muchos los testimonios de mujeres que "destraban" la prosecución de un parto domiciliario, por ejemplo, a partir de su llegada), porque se deduce del hilo de su texto el deseo, el interés de abrir y dar espacio a esa dimensión bien señalada por él como "olvidada" de su profesión, y que está contenida en la etimología de la palabra "obstetra": su sentido oscuro, "aquellos aspectos de la modernidad ligados a las sombras: el temor, la angustia, el dolor". Así, tal como lo señalábamos, Burgo rescata la dimensión olvidada, vencida, reprimida de su disciplina, de su arte, dándole la palabra a la mujer embarazada y en el mismo acto desembarazándose de la impotencia en la que se subsume el ejercicio del poder que brinda la llamada "autoridad médica". He aquí a Burgo cual caballero andante de las ciencias, interviniendo y produciendo efectos reales, generando en muchos las condiciones de acceso al umbral de un verdadero cambio, haciendo o contribuyendo a hacer del parto la experiencia del nacimiento, y no ya solamente de aquél ser que se asoma desde las entrañas de la madre, sino de todos aquellos que coparticipan como sujetos del acto de nacer, como un verdadero acontecimiento que impone la novedad, el cambio. Porque no estamos hablando de "experiencia" como algo natural, como si en la naturaleza pudiera existir algo parecido a la dimensión de una experiencia. Se habla de experiencia porque allí se apela a una memoria. Por lo tanto, estamos hablando del único lugar en donde es posible situar una memoria, que es en lo simbólico. No hay una naturaleza, en el hombre, que no sea de lo simbólico. Por lo tanto, cuando hablamos de "experiencia del nacimiento" localizamos en ello una memoria, una impresión, es decir, que allí hay experiencia porque el sujeto, en parte, nace a la memoria, y así como nace a la memoria, también al olvido. Este es el sentido real de lo que nace en tanto "experiencia". El problema de los partos medicalizados a rajatabla, donde las mujeres no cuentan más que como apéndice último de un eficiente dispositivo mecánico de funcionamiento cuyo objeto es la extracción aséptica del bebé de las entrañas de la madre, es que éstos logran borrar en la madre y de quienes la rodean la dimensión experiencial, pasando los partos casi como un trámite quizá molesto, algo doloroso, del que quizá no se conserve el más mínimo recuerdo, o tal vez uno más bien bizarro y sobredeterminado, representando en el mismo todo lo que no fue. Incluso para el médico que participa de él, en cada caso, ya que el libro de Burgo es también el relato de su propio nacimiento como sujeto de su praxis, y sus consecuencias en el ejercicio de su profesión. Lo señala en la introducción en un increíble paralelismo con la guía que al propio Freud le brinda la primera mujer enferma de histeria que le pide (porque él la escucha) que la deje hablar libremente (llamándola "talking cure"), brindándole así los fundamentos del método analítico y obligándolo a abandonar definitivamente la hipnosis, en un contexto en el que la autoridad del médico, como la del padre, era incuestionable, tal vez incluso moralmente - cuando esa mujer llamada Ana María, por su firme determinación de tener a su hijo en las condiciones que ella deseaba, le solicita que la acompañe. Esto lo obliga a Burgo a "enfrentar su experiencia profesional". "También me obligó a encontrarme con mis deseos y angustias, con esa inquietud que surgía de una práctica que no me satisfacía" y descubrir que "una experiencia de liberación me colocó definitivamente en un lugar de privilegio: al lado de una mujer en el hecho más conmovedor de su vida, el nacimiento de su hijo". La lectura de este libro deja interrogantes que inquietan. Por ejemplo, ¿a qué llamamos ciencia? ¿A una de las garantías modernas para sacarle el cuerpo a todo? ¿Qué decimos cuando desdeñamos el dolor, o no queremos saber nada de él, borrándolo o siéndole indiferentes cuando acontece en nosotros mismos o en los otros, mediante los múltiples dopajes químicos y sociales existentes y a mano, de los que disponemos para entretenernos y hacer del pasatismo casi una estrategia de vida? Haciéndonos puro objetos de la ciencia lo que pedimos es que se borren las huellas de lo que nos marcó en relación a un tiempo, a una época, a una familia, a un pueblo, una nación. Todas esas marcas son tales porque llevan el don y la gracia de lo que en el amor supo alcanzar lo real, fijándo allí el sujeto su anclaje para el deseo. Esto es lo mismo que decir que si hay algo de efectos irreversibles en el hombre es el rechazo del amor. No hablamos precisamente de ninguna de sus versiones sentimentales, que más bien son su degradación. Hablamos del roce con lo más íntimo y conmovedor del sujeto, hablamos de las marcas que le dieron vida, hablamos de un tiempo que no es el de la medida de la dedicación al otro, como si el amor fuera un modo de acumulación de sacrificios demostrativos. Indudablemente, Burgo relata las vicisitudes de una experiencia ética. El libro da para seguir investigando, y quien lo lea podrá quizá captar el vacío fundante en el que Burgo dio inicio a su propia transformación, vacío en el que cualquier experiencia humana se despoja de toda afectación sentimentaloide - aspecto edulcorado que acompaña a la devaluación de los afectos - para rozar la dimensión del poema, entendido este como la letra del deseo que anima la palabra hablada - no como rima, no como canción - y cuya lectura, ligada a la apertura del inconciente, la transforma a aquella en un poderoso elemento de acercamiento y transformación, más que en un instrumento de comunicación vacía y descartable que se acumula y se corrompe como un montón de hojas secas. Se trata del relato de una experiencia ética particular, la que lleva implícita los términos de la invención freudiana del método analítico, porque atraviesa el el problema del bien en los términos tradicionalmente planteados - sistema o conjunto de reglas e ideales que orientan el camino a la prosecución del bien, para acercarse al problema del mal, a lo oscuro, el cifrado, la inaccesibilidad del sujeto deseante en el nivel de la palabra, pues el sujeto del inconciente se vincula a la causa de su deseo en tanto en el lugar de la causa no hay ningún objeto, el objeto es nada, y es por eso que la cosa se complica y no aparece tan clara, porque el deseo no se sitúa en un "querer" tal o cual cosa. (recordemos la dimensión "oscura" de la definición de "obstetra" que Burgo recupera para su práctica). He aquí la función de la letra, pues la letra, en tanto escritura en la palabra hablada que el analista se coloca en posición de leer, bajo ciertas condiciones de posibilidad (cabe aclarar que sólo hay escritura en la palabra en tanto hay lector allí para localizarla) que son muy difíciles de cumplir, pues exige de lo que Slimobich denominó "desapropiación" del analista-lector respecto de lo que escucha y de un nivel de prescindencia de la interpretación (el analista lee, el paciente interpreta) que hacen imposible su práctica sin el pasaje por la experiencia de análisis y formación. La función de la letra, entonces, es la de situar el "cuerpo" de la palabra, sus fragmentos, y por ende, la economía del goce. Esto es lo que hace de la palabra un vehículo de transformación. Lic. José Luis Juresa Psicoanalista miembro de Analytica Buenos Aires, Sociedad del psicoanálisis en la cultura Bibligrafía: "Parir con Pasión" Burgo, Carlos. Ed Longseller. "Moises y la religión monoteista" Freud, Sigmund Ed Amorrortu. XXIII "El leer en el habla" Slimobich, Muerza, Levy, Patrana, otros Ed Altamira. Año 2000 "Lacan: la marca del leer" Slimobich, Alonzo, Levy, otros. Ed Antrophos. Año 2002